Un niño difícil es aquel que empeora la dinámica de una familia, pero es normal desde el punto de vista médico y psicológico: no está emocionalmente perturbado, ni es un enfermo mental con lesiones cerebrales. Estas ideas erróneas están muy extendidas y no son correctas. Tener un niño difícil significa que tendremos que atender sus necesidades de forma diferente a lo que esperábamos.
Además, hay que dejar claro que el niño difícil no es lo mismo que el que sufre trastorno oposicionista desafiante (es decir, un niño que muestra siempre un comportamiento desobediente, hostil y desafiante hacia las figuras de autoridad, y que es claramente diferente a una conducta infantil normal). Este trastorno es una psicopatología que afecta a un cinco por ciento de la población infantil y juvenil, con un diagnóstico y un tratamiento totalmente distinto.
Características de estos niños
Es cierto que existen ciertos rasgos de personalidad que hacen que los niños difíciles sean más vulnerables a portarse mal. Por regla general, los considerados niños difíciles, son pequeños que cumplen las siguientes características que empeoran la vida familiar:
- Presentan mucha actividad, son muy inquietos por naturaleza e impulsivos.
- Tienen un umbral estimular muy bajo, de forma que cualquier estímulo lo perciben más intenso que como lo podrían percibir otros niños.
- Hacen grandes demostraciones emotivas en forma de llanto, agresión, rabieta u otras faltas de control.
- Suelen generar conflicto en situaciones donde se sienten amenzados, siendo la amenaza difícil de predeterminar (por ejemplo, durante las comidas, ante un cambio de rutina, en los restaurantes, en las fiestas de cumpleaños…).
- Poseen poca tolerancia al cambio y la negatividad suele ser uno de sus rasgos distintivos.
- Son altamente resistentes al castigo, o bien porque éste se ha aplicado de forma inconsciente o irregular, o porque se han acostumbrado y lo han convertido en su forma de llamar la atención.
Abordar el problema
Una buena educación y unos límites claros hacen que los niños difíciles puedan convertirse en unas excelentes personas, creativas, activas, cooperantes y sociales.
Pero hay que recordar que no todos los sistemas de educación valen para todos los niños, esto sería demasiado fácil y simplista y la educación es algo muy serio. Cada niño requiere unos cuidados y una educación que se adapte a sus necesidades, a sus características y a su situación.
Nuestra responsabilidad como padres será hacerles ver dónde están estos límites y las consecuencias de sobrepasarlos.
La disciplina es un aspecto fundamental que protege a las familias y a los propios niños. Si pensamos que una rabieta en particular es producto de una “llamada de atención” debemos enseñarle a nuestro hijo formas de comunicarse y reclamar la atención que demanda, cortando el despliegue de incidencias que se producen al iniciarse una rabieta. Esto sería aplicable independientemente que se trate de un niño difícil o no, pero es especialmente necesario con los primeros.
A pesar que se considera una etapa más con esta tendencia a los desórdenes en el comportamiento; la intensidad y duración vendrá determinada por factores tanto del propio carácter del pequeño como influencias externas, es decir, de su educación, principalmente.
Para conseguirlo es necesario ser constante y tener las cosas claras en lo que respecta a su educación. Ayuda mucho el hecho de que el pequeño no encuentre inconsistencia en las formas y normas de trato con respecto al resto de la familia.
Cuando los intentos de disciplina se vuelven ineficaces hay que revisar nuestras acciones. En estos casos conviene cambiar la estrategia. Hacer lo mismo esperando resultados distintos no funciona. Si queremos modificar la situación, las medidas deben cambiar.
Claves para mejorar la situación familiar y el comportamiento de tu hijo
- Analiza y cambia las medidas educativas que no funcionen con tu hijo: es posible que el pequeño haya aprendido la forma de salirse con la suya en esas condiciones.
- Obsérvale: si dedicamos un tiempo a entender a nuestros hijos, sus necesidades y sus temperamentos, nos daremos cuenta de detalles con los que empezar a trabajar, qué es lo que falla y en qué podemos mejorar.
- No abuses de los castigos: el castigo funciona cuando no se abusa de él, ya que el niño se puede acostumbrar, perdiendo así su efecto. Los niños difíciles funcionan mejor con recompensas por comportamientos adecuados que con excesivos castigos por mal comportamiento. Hay veces que el propio castigo funciona como reforzador. Para que el castigo funcione ha de aplicarse y ser proporcional al comportamiento emitido por el niño, y no proporcional al nivel de ansiedad que les produce a los padres. Combiar castigo con refuerzo positivo es la clave. Cuando le digamos que está castigado debemos cumplir nuestra palabra. La coherencia entre lo que decimos y hacemos es esencial.
- No grites: a veces el grito, el cambio emocional en los padres y el enfado es precisamente lo que refuerza al niño. Modificar los estados emocionales de los adultos es muy divertido para ellos. Por lo tanto, si observamos que lo que buscan es una llamada de atención y conseguir un cambio en nosotros, deberemos ser neutrales y demostrarles que no son capaces de hacernos perder el control.
- Deja claras las normas y reglas, pero no des muchas explicaciones: dar excesivas justificaciones abre el terreno del conflicto, ya que ellos querrán, en todo momento, negociarlas.
- Pon normas y reglas que no sean demasiado complicadas: cuanto más claras, sencillas y breves sean más fáciles serán de conseguir.
- Actúa siempre con cariño: ser firme no significa no tener corazón.
- No repitas en exceso: todos hemos sido testigos de alguna situación en la que los padres repiten las advertencias con la esperanza de que funcionen. Pero, repetir, en este caso, pierde su valor a la segunda o tercera vez. Asegurarse que se ha entendido es suficiente, el resto es un juego que termina con la paciencia de los padres y empeora la situación. Para ganar en autoridad no hay que repetir hasta la saciedad, basta con mejorar la comunicación no verbal con nuestros hijos. Un tono de voz tranquilo y firme, con una mirada seria, pero con cariño, es clave para que los pequeños entiendan que no estamos jugando.
Fotos | Mindaugas Danys; Stacy Brunner; Stacy Brunner