El mundo moderno parece haber traído de la mano una auténtica epidemia de una enfermedad infantil que afecta a niños, fundamentalmente varones, de entre seis y nueve años: es el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).
A juicio de notables especialistas, la tasa de pacientes a nivel mundial estaría establecida entre un seis y un nueve por ciento de niños de todo el planeta, aunque realmente no parece haber una prueba fehaciente que sirva para establecer un diagnóstico certero para esta enfermedad.
De hecho la única forma de conseguir diagnosticar el TDAH es a través de una minuciosa observación y seguimiento de los afectados, para conseguir ir detectando síntomas que encajen con la enfermedad.
Esta falta de pruebas diagnósticas fiables ha llevado a médicos como el doctor norteamericano Allen Frances a afirmar que la diagnosis de este tipo de enfermedades psiquiátricas está sobredimensionada y que en muchos casos ese diagnóstico no sólo es erróneo sino que además conlleva una medicalización innecesaria para el paciente.
Sus conclusiones pueden leerse en su último libro, ¿Somos todos enfermos mentales? En sus páginas, el psiquiatra intenta sensibilizar sobre la necesidad de utilizar los manuales y guías prácticas de enjuiciamiento clínico oficiales para detectar diagnósticos equivocados o poco elaborados.
Sin embargo, el médico estadounidense señala que al final muchos profesionales utilizan estas guías para determinar TDAH de modo excesivo. Como consecuencia de ello, según se desprende del análisis de Frances, quien además es el coordinador del Manual diagnóstico y estadístico de los Trastornos Mentales, conocido como DSM-IV y que sirve de guía para los clínicos e investigadores psiquiátricos norteamericanos, en el manual se había previsto un 15% de incremento en el diagnóstico de TDAH y, sin embargo, en la actualidad un 30% de universitarios y un 10% de escolares americanos reciben medicación para el trastorno.
Es de vital importancia, para una buena salud mental y un buen tratamiento para el paciente, que el diagnóstico sea lo más exhaustivo posible y no se acabe por crear una epidemia donde no la hay. No obstante, los médicos siguen haciendo hincapié en la dificultad de realizar un diagnóstico precoz de este tipo de enfermedad.
En el caso del TDAH las pruebas genéticas no dan resultados significativos, ya que la predisposición genética no ha conseguido una explicación del origen de la enfermedad en el paciente.
Hace dos años, la U.S. Food and Drug Adminitration (Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos) dio su autorización para que se comercializara la primera prueba para diagnosticar la enfermedad. El método está basado en el análisis de los impulsos eléctricos neuronales, pero la misma Administración alertó de que esta prueba no era concluyente y que debía ser tenida en cuenta como parte del examen completo del paciente, tanto a nivel médico como psicológico.
Hemos de recordar que dos tercios de los casos enjuiciados óptimamente, mantienen el mismo diagnóstico con el paso a la edad adulta. De todos modos, la sintomatología va cambiando con el paso de los años y mientras la parte más impulsiva e hiperactiva desciende, la falta de atención se acrecienta y lleva de la mano que se agudice la desorganización y la falta de equilibrio emocional y un carácter más irritable.
A pesar de las conclusiones del coordinador del DSM-IV, existen otras tendencias investigadoras sobre el TDAH. Es el caso de la vertiente seguida por la científica Beate Ritz, del departamento de epidemiología de la Fielding School of Public Health, empeñada en encontrar las causas que provocan esta enfermedad.
Para Ritz el trastorno se ha convertido en una auténtica epidemia y, si bien las causas no se conocen con exactitud, deben tenerse muy en cuenta los factores genéticos e incluso ambientales.
Entre los descubrimientos de la investigadora del Fielding School está la relación que ha encontrado entre el consumo de paracetamol durante el embarazo y el desarrollo de TDAH en los hijos de esas embarazadas.
La investigación se ha llevado a cabo a lo largo de una década y antes de emitir las conclusiones se analizaron a casi 65.000 madres y niños de Dinamarca. Durante el embarazo las mujeres fueron sometidas a un seguimiento para saber si habían tomado paracetamol, uno de los pocos medicamentos que podían ingerir las embarazadas.
A los seis meses del parto se volvía a contactar con las madres y, a partir de ahí, se realizaba el seguimiento de los hijos. Lo cierto es que los investigadores consiguieron establecer el diagnóstico de de trastorno a los once años de edad y que los niños de las mujeres que habían consumido paracetamol durante la gestación desarrollaban conductas de TDAH en una proporción que podía llegar hasta el 37%.
Por último, las investigaciones también dejaron claro que el riesgo de desarrollar la enfermedad aumentaba si la madre había consumido el medicamento durante el tercer trimestre de gestación y si la analgesia había sido continuada durante más de 20 semanas, el índice de pacientes subía hasta el 50% de los niños.
A pesar de las conclusiones, los propios investigadores han pedido que los datos se tomen con cautela y ponen de manifiesto la necesidad de seguir investigando para arrancar conclusiones más eficaces.
Fotos | Andres Ruff Custom Designs; Sam-Cat; Allan Afijo
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