Quizá nuestro hijo nunca ha sido la estrella del parque, ni ha tenido especial interés por las fiestas en el cole o por celebrar su cumpleaños con sus colegas. “Es su carácter”, “prefiere observar a participar” o “todavía es pequeño” son las respuestas que nos hemos dado hasta la fecha, pero lo cierto es que pasan los cursos y nuestro peque no parece avanzar demasiado en este aspecto.
Frases como “mami, yo no tengo mejor amigo” o “nadie elije jugar conmigo” pueden reflejar momentos pasajeros y normales a estas edades pero, sostenidas en el tiempo, es posible que estén indicando problemas en el desarrollo social.
Es normal…
- Los enfados y las reconciliaciones están a la orden del día y es normal que a estas edades atraviesen por etapas en las que se quedan un poco “colgados”. Estas situaciones no suelen durar más de unos días y salvo que sean muy reiteradas o se alarguen, no hay que darles importancia.
- Aunque ahora empiezan a disfrutar de los juegos grupales, se consolidan las relaciones de “mejores amigos”. Algunos niños piensan que no tienen amigos porque no tienen un “mejor amigo”, cuando lo que en realidad sucede es que se relacionan bien con toda la clase.
- Las características de personalidad se van definiendo y el rol que cada uno desempeña dentro del grupo, también. Así, habrá niños que ostenten un llamativo liderazgo mientras que otros permanezcan en un segundo plano. Estos últimos pueden sentir que son menos populares, aunque la realidad es que en dos o tres años se puede dar la vuelta a la tortilla y ganar protagonismo aquellos que ahora tienen un éxito social más moderado.
- A esta edad se hacen más evidentes las preferencias por los niños del mismo sexo y se forman las primeras pandillitas. Pero, en ocasiones, hay algún niño o niña que muestra curiosidad por el funcionamiento de un grupo del otro género y pasa una temporada “como invitado”, observando y tomando nota de cómo son los chicos (o las chicas), lo que puede inducirnos a pensar que no tiene demasiado amigos.
Posibles causas
Problemas emocionales: Cuando hay algo que ocupa el espacio mental del pequeño, alguna preocupación (una mala relación entre los padres, la enfermedad de un familiar), pensamientos distorsionados y negativos (“seguro que no me dejan jugar”, “estoy aquí solo y los demás no me hacen caso”) o emociones y afectos intensos (tristeza, angustia…), las relaciones con los demás pasan a un segundo plano.
Trastornos del espectro autista: Podríamos sospechar de la existencia de un trastorno del espectro autista si además de las dificultades en la interacción social (con problemas para relacionarse y comunicarse), presenta intereses fijos y comportamientos repetitivos. En cualquier caso, ante la sospecha de un trastorno de este tipo, es el psicólogo clínico quien debe evaluarlo adecuadamente y darnos diagnóstico y orientación.
Problemas físicos no detectados: Ciertas dificultades físicas pueden no dar la cara hasta que los niños van cumpliendo años. Problemas de visión que dificultan una correcta lectoescritura (o jugar a determinadas cosas), déficits auditivos o trabas en el lenguaje (tartamudeo, dificultad para pronunciar alguna letra) pueden ser el detonante del rechazo de los compañeros o de la vergüenza a la hora de relacionarse.
Control de impulsos inadecuado: Aunque a estas edades el control de impulsos está bastante logrado, aún quedan niños que en determinadas situaciones no se controlan y se lían a mamporros cuando no consiguen lo que quieren o no miden sus acciones en los juegos (salen corriendo antes de que les toque en una carrera, etc.). Dado que justo ahora empiezan a jugar y a relacionarse según ciertas normas de convivencia, aquellos pequeños a los que les cuesta más seguirlas poco a poco serán dejados de lado por el resto.
Déficit de habilidades sociales y de comunicación: Las respuestas sociales inadecuadas (como reírse cuando no toca, cambiar de juego sin contar con nadie o decir tonterías justo cuando los demás van de “mayores”) pueden ser razones más que suficientes para que el resto de niños no hagan buenas migas con nuestro hijo. Si a esto le sumamos cierta inhibición a la hora de acercarse al grupo o reacciones demasiado acusadas a los comentarios de los chiquillos (salir corriendo y aislarse, llorar, buscar la complicidad de los profes, mostrarse huraño…), es probable que nuestro hijo se encuentre con el rechazo de los demás.
Qué hacer al respecto
- No hay que ofrecerle nuestra amistad para compensar sus dificultades. “No necesitas amigos, cariño, nos tienes a nosotros”. Así solo conseguiremos agravar el problema. Es mejor enseñarle estrategias para acercarse a los demás. “Vamos a hablar entre nosotros y tú tienes que encontrar el momento de entrar en la conversación”.
- Fomentar el encuentro con otros niños proponiendo actividades. “¿Te parece que invitemos a Marta a venir esta tarde a casa a dibujar con tus nuevos rotus?” También conviene sumarse a las iniciativas grupales de otros padres y madres.
- Explicarle que el hecho de que no quieran jugar con él no significa necesariamente que no quieran estar con él. Puede que los juegos que propone no sean del agrado de los demás. Cuando se sienta rechazado en sus iniciativas, podemos sugerirle que intente sumarse a las del resto. “¿Y puedo jugar yo a lo vuestro?”.
- Las habilidades sociales van de la mano de la llamada inteligencia emocional. Ayudarle a detectar y expresar sus emociones adecuadamente (tanto las positivas, como por ejemplo decirle un cumplido a un niño al que aprecia, como quejarse cuando algo no le gusta) contribuye a una mejor adaptación social.