El segundo trimestre es el periodo más agradable para la mayoría de las embarazadas. Las náuseas y el malestar general de las primeras semanas suelen haber desaparecido y la futura madre se encuentra en plena forma, está más tranquila, tiene mejor humor y puede presumir ya de tripita.
Los cambios en el abdomen son cada día más visibles. Poco a poco, la cintura se ensancha y el vientre aumenta de volumen, pero la tripa aún no resulta molesta. Los senos ya se empiezan a preparar para la lactancia, los pezones están más sensibles y pueden segregar a veces un poco de calostro.
En el quinto mes se notan con claridad los movimientos fetales, y algunas partes del bebé (cabeza, codos, rodillas…) pueden palparse a través del abdomen materno. Es una de las vivencias más emocionantes del embarazo.
Pero este trimestre tiene también sus pequeñas molestias. El útero ocupa cada vez más espacio en la cavidad abdominal, lo que provoca el desplazamiento de algunos órganos internos y la aparición de trastornos, como acidez de estómago, estreñimiento o sensación momentánea de ahogo.
Es posible que se formen varices, sobre todo en las piernas, ya que la presión del útero dificulta la circulación del retorno venoso.
Al final del sexto mes algunas mujeres experimentan pequeñas contracciones diferentes a las del parto que no duelen y suelen ser esporádicas e irregulares (se conocen como Contracciones de Braxton Hicks).
La visita mensual al médico permite controlar el peso y la tensión arterial. Es fundamental acudir a todas las citas y establecer una buena comunicación con la matrona y el ginecólogo, sin dejar de consultarles cualquier duda o molestia. Para no olvidar nada, resulta útil anotar, entre cita y cita, todas las cuestiones que vayan surgiendo.
Entre las semanas 14ª y 16ª se realiza un análisis de sangre para medir el nivel de alfafetoproteína (AFP). Un valor alto indica un mayor riesgo de defectos del tubo neural (espina bífida) en el feto, y un valor bajo un mayor riesgo de que tenga una alteración cromosómica.
El inconveniente de este análisis es que, por sí solo, no lleva a ningún diagnóstico certero. Por ello, cuando la mujer presenta niveles irregulares de alfafetoproteína, se recomienda la amniocentesis.
Esta prueba, que consiste en la extracción y análisis de una muestra de líquido amniótico, se efectúa entre las semanas 16ª y 18ª y conlleva un mínimo riesgo de aborto (entre el 0,5 por ciento y el 1 por ciento). Permite detectar si hay cromosomas alterados, como ocurre en el síndrome de Down (trisomía 21), y diagnosticar enfermedades metabólicas. El principal inconveniente es que los resultados suelen tardar unas tres semanas.
Cuando el tiempo apremia, se puede realizar un estudio de las vellosidades coriónicas. La muestra de este tejido placentario se extrae mediante punción abdominal o a través del cuello uterino. Este método de diagnóstico prenatal puede realizarse a partir de la semana 12ª y, aunque supone un mayor riesgo de aborto espontáneo, tiene la ventaja de que sus resultados se conocen en un plazo más corto: de 24 a 48 horas.
Durante las semanas 18ª a 22ª se practica una ecografía de alta resolución, que permite descubrir anomalías fetales y observar la situación de la placenta así como la cantidad de líquido amniótico. El especialista mide la cabeza y el fémur del bebé para precisar la edad gestacional y, si la postura en la que se encuentra lo permite, da a los padres la esperada noticia de si es niño o niña.
De forma selectiva, cuando la ecografía de alta resolución no ofrece un diagnóstico suficientemente claro, se realiza una ecografía tridimensional si el especialista lo considera necesario. Con ella se detectan con mayor certeza ciertas malformaciones, como el labio leporino.
Durante las semanas 24ª a 28ª se lleva a cabo el test de O’Sullivan, un análisis de sangre que permite conocer la concentración de azúcar en la sangre (después de que la futura madre ingiera una pequeña cantidad de glucosa). Si el nivel de concentración es alto, puede ser indicio de diabetes gestacional, lo que se confirma mediante otra prueba: la curva de glucemia.
En el segundo trimestre la embarazada se siente mucho mejor, algo que debe aprovechar para ponerse en forma de cara al parto. Si el médico no indica lo contrario, puede nadar, pasear e incluso montar en bicicleta estática.
Conviene comenzar cuanto antes los cursos de educación maternal. No hay que pensar que todavía es demasiado pronto porque la información y los consejos que se ofrecen en las clases son útiles para el parto, pero también durante el embarazo.
Los ejercicios prenatales ayudan, por un lado, a aliviar las molestias y trastornos típicos de la gestación (mala circulación, dolor de espalda, distensión de los músculos del pecho…) y, por otro, contribuye a que las articulaciones y los músculos que intervienen en el parto ganen flexibilidad. Además, se conoce a otras embarazadas y charlar con ellas suele venir muy bien a la futura mamá.
En este trimestre las náuseas suelen desaparecer y el apetito aumenta. Hay que alimentarse bien, pero controlando la ingesta de dulces. Conforme avance el embarazo, los kilos se acumularán en el organismo casi como por arte de magia, y todavía quedan unos cuantos meses hasta que nazca el bebé. Para combatir el extreñimiento, conviene beber mucha agua e ingerir alimentos ricos en fibra (frutas, hortalizas y verdura).
El progresivo aumento de volumen puede propicia la aparición de estrías en la tripa, las nalgas y los pechos. Para prevenirlas, se recomienda aplicar crema reafirmante o aceite de almendras en las áreas más expuestas. Es importante utilizar, desde ya, un sujetador especial para embarazadas.
Los cambios hormonales pueden oscurecer las zonas sensibles de la piel (pecas, lunares…) y propiciar la aparición de manchas en el rostro. Por eso es conveniente usar cremas con alto factor de protección para salir a la calle.
En el segundo trimestre se inicia un período de calma, pero, a partir del sexto mes, es habitual que el sueño se interrumpa porque el bebé aprovecha los ratos de reposo de su madre para moverse. Por ello, es bueno relajarse antes de acostarse.
Los futuros padres sienten los movimientos de su hijo y eso les emociona; ya pueden comunicarse con él masajeándole a través del abdomen, hablándole, cantándole…
El bebé oye y reacciona a los sonidos que escucha del exterior. No le gustan los ruidos fuertes y, normalmente, prefiere la música tranquila. La primera voz que distingue es la de su madre, pero no hay que dejar pasar la ocasión para enseñarle a reconocer la de papá.
Tocar la tripa para sentir cómo se mueve y hablarle para tranquilizarle ayuda a establecer lazos. También es bueno que el hombre acompañe a la embarazada en las sesiones de educación maternal y que participe en ellas de forma activa.
En estos cursos, los futuros padres conocen a otras parejas y comparten inquietudes. Además, el trato con los profesionales que dan las clases refuerza la sensación de tranquilidad que normalmente caracteriza a este periodo.
La embarazada normalmente se encuentra mejor y suele recobrar el apetito sexual perdido. Aunque su cuerpo sigue transformándose, la tripa no supone un impedimento para hacer el amor. Eso sí, empieza a ser necesario buscar y adoptar posturas que no la presionen.
El bebé es ya un ser social a través de sus padres. Los sonidos exteriores que le llegan son sus voces, sus risas y la música que ellos están escuchando. Por eso, cuanto más rico sea lo que hay alrededor, mejor.
En cuanto sepamos si es niño o niña podemos llamarle por su nombre, y conviene hacerlo cuanto antes, pues así establecemos un vínculo más estrecho con el bebé.
Hoy se admite casi cualquier nombre, hasta los inventados. Están prohibidos los apelativos despectivos y los términos que no permitan identificar el sexo, aunque, al final, es el juez del Registro Civil -donde hay que inscribir al recién nacido- el que tiene la última palabra. Solamente se puede poner como máximo dos nombres.
- Es mejor evitar los nombres difíciles de pronunciar.
- Conviene comprobar cómo suena con el apellido para evitar combinaciones que sean incómodas.
- Es bonito ponerle el nombre de papá o mamá, pero probablemente tendremos que usar un diminutivo.
Fotos | Jorge René González Chau; Marcos de Madariaga; Daniel Lobo; Sean Molin