1. Leve, sin grandes episodios de conflicto: en los hijos aún se encuentran vínculos emocionales fuertes con el progenitor alienado y muestran un pensamiento independiente. Las visitas suelen tener alguna dificultad en el momento del cambio de progenitor.
2. Moderado, donde comienzan los conflictos con episodios de enfrentamiento en los momentos de entrega de los hijos: los vínculos afectivos se deterioran con el progenitor alienado, comenzando a distanciarse y limitarse las expresiones emocionales.
El progenitor alienador utiliza una gran variedad de tácticas para excluir al otro progenitor.
3. Severo, con episodios de provocación y entorpecimiento en las visitas, que comienzan a ser imposibles, pues se acompañan con situaciones de estrés en los menores: desaparecen las posibilidades de razonamiento con los hijos, quedando rotos los vínculos afectivos con el progenitor alienado. Los hijos están, en general, perturbados y a menudo son fanáticos.
Sus gritos, su estado de pánico y sus explosiones de violencia pueden ser tales que visitar al otro progenitor llega a ser imposible.
Los niños afectados por el síndrome de alienación parental suelen padecer despersonalización, problemas de comunicación, depresión, dolores de cabeza y sentimientos de culpa, por lo que necesitan que los adultos les ayuden a resolver sus problemas para poder volver a una realidad alejada de patrones patológicos.
Además, es habitual que relacionen sus frustraciones con los pensamientos o recuerdos asociados al progenitor alienado, lo que conduce a un deterioro y destrucción de la relación.
Imagen: bekiapadres
Síndrome de alienación parental I – Síndrome de alienación parental II