Infancia (de 2 a 6 años)
El sentimiento de inseguridad se apodera de estos niños. Se les encienden todas las alarmas y eso se traduce en la vuelta al infantilismo: se hacen pis en la cama, se chupan el dedo, generan miedos, etc. Además, puede manifestar problemas de conducta como insultos a la madre. Ante esta situación, ella debe serenarse y ser capaz de estar más tiempo y de más calidad con el niño, jugando y demostrándole afecto para eliminar esa incertidumbre.
Niñez (de 7 a 12 años)
En esta franja de edad, los niños ya disponen de mayores recursos verbales, lo que en cierto modo les ayuda a exteriorizar sus sentimientos, aunque también aumenta el riesgo de que se culpabilicen, lo que se traduce en baja autoestima y más posibilidades de hiperactividad e impulsividad. Además, es una etapa más propicia para iniciar actitudes manipulativas, de menosprecio o rencor a alguna de las figuras paternas paralelamente a la idealización de la otra, algo que puede agravarse según las actitudes que tomen los adultos que rodean al niño.
Adolescencia
Esta etapa es complicada en sí misma, por lo que el hecho de que coincida con el divorcio de los padres puede convertirla en una guerra abierta entre unos y otros. Aquí ya tienen capacidad de entender lo que ocurre y se puede dialogar con ellos, pero el adolescente es una persona instalada en el presente. El cambio hormonal propio de la adolescencia hace que las reacciones sean muy exageradas, lo que suele implicar agresividad, baja tolerancia a la frustración y desarrollo de la manipulación.
En estos caso, si el adolescente ve debilidad en los padres, no lo vive con miedo o inseguridad, sino como una oportunidad para lograr su propio interés, de ahí que se decante por aquel que le deje salir más tiempo, le obsequie con más caprichos, etc.
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