El aprendizaje de la educación sexual está estrechamente ligada a los afectos, las emociones, los sentimientos, las conductas y las vivencias en el ámbito familiar en el que está inmerso el niño desde el principio de su existencia. No está ligado únicamente a los genitales ni a los cambios físicos que se producen, ni por supuesto, a determinadas conductas sexuales.
La sexualidad tiene que ver con el hecho de ser y sentirse hombres y mujeres; de relacionarse, de entenderse, de aceptarse y de quererse; con actitudes concretas, influencia social y creencias; y determinadas ideas sobre la pareja, sobre el amor y sobre las relaciones. También tiene que ver con el propio cuerpo y con los cambios que se producen a lo largo de la vida; con los deseos, las fantasías, el erotismo, las conductas, las habilidades y la comunicación.
Todo este conjunto de realidades van a incidir en el niño a lo largo de toda su existencia; y van a conformar el puzzle del que resultará la manera de sentir y vivir su sexualidad en el futuro. Aunque la sexualidad es un aspecto del ser humano que se expresa a lo largo de toda su vida, la adolescencia es la etapa crucial en la que se toman decisiones importantes al respecto.
Otro aspecto muy importante, y que no se suele tener en cuenta, es que hay que mantener la coherencia entre los valores que tiene la familia y sus formas de proceder en los aspectos relacionados con la educación sexual. No sería coherente, por ejemplo, que una familia de sólidos principios religiosos tratase de transmitir unos valores que no fuesen en consonancia con sus creencias.
Educación sexual: el entorno familiar
Foto | Phil Dragash