La exploración ecográfica es un arma diagnóstica de primer orden de Ginecología, hasta el punto de que los ginecólogos requieren una adecuada formación en ecografía, restringida al campo de diagnóstico por imagen de procesos ginecológicos u obstétricos.
Si es importante la capacidad de diagnóstico y decisión que proporciona la ecografía en procesos ginecológicos, aún mayor si cabe es la trascendencia de la ecografía obstétrica. Todos o casi todos los procesos fisiológicos o patológicos del embarazo van a requerir, en mayor o menor medida, la visualización de imágenes ecográficas.
Cuando te quedes embarazada se te van a practicar una serie de exploraciones ecográficas a lo largo de las distintas etapas de la gestación, para el correcto seguimiento de la misma. Pero, ¿cuántas deben ser? Las sociedades científicas con competencias al respecto y las distintas administraciones sanitarias, asesoradas por expertos en la materia, han establecido un calendario de mínimos para el seguimiento ecográfico del embarazo, en el que existe un amplio consenso. Dicho calendario incluye tres ecografías.
La primera, al finalizar el primer trimestre. Se realiza entre las semanas 11 y 12 de gestación y su objeto es asegurar la correcta ubicación del saco gestacional y su normal desarrollo. Es básica para establecer la fecha del embarazo y la fecha probable del parto, en caso de desviaciones respecto al cálculo por la fecha de la última regla, que, en ocasiones, resulta poco clarificadora por aspectos diversos.
La existencia de una gestación única o múltiple (generalmente gemelar) se diagnostica en esta primera ecografía, que también servirá para establecer una serie de imágenes, llamadas “marcadores ecográficos” que nos pueden orientar sobre la normalidad del desarrollo fetal o ponernos en la pista de alguna alteración del mismo. Alguno de estos indicadores, como la medida del pliegue de la nuca del futuro bebé, asociado a datos analíticos sanguíneos, permitirá establecer un cálculo de la probabilidad de normalidad o anormalidad cromosómica del feto. Igualmente, las malformaciones mayores se podrán también diagnosticar en esta primera ecografía.
La segunda ecografía que nos harán durante la gestación se conoce como la ecografía morfológica. Se realiza entre la semana 18 y la 22 del embarazo, es de una enorme trascendencia para el futuro de la gestación y es la que mayor tiempo de dedicación y especialización requiere. Se ocupa de establecer la morfología del feto en su mejor definición. Sigue unos protocolos claros en su ejecución e irá observando todas las estructuras fetales con detenimiento, estableciendo así su normalidad o alteraciones.
Junto al denominado “cribado bioquímico” del primer o segundo trimestre, constituye el eje del diagnóstico prenatal. En ella se vuelve a incidir en las medidas de crecimiento fetal, cuya desviación, en una etapa tan inicial, puede orientar sobre patologías importantes.
La tercera es la ecografía del crecimiento. Es la última imprescindible y se hace entre la semana 30 y la 32. Obviamente, su objetivo prioritario es comprobar el crecimiento del feto. Con ella se mide el tamaño de las estructuras fetales (cabeza, abdomen y fémur, básicamente) y los resultados se comparan con las medias fijadas para la misma edad gestacional, estableciendo la normalidad o la desviación, en exceso o en defecto.
Se vuelven a observar estructuras del feto, ya de mayor tamaño. Veremos la presentación del feto, la localización de la placenta (si cubre el cuello uterino obligará a una cesárea al final del embarazo) y la cantidad de líquido amniótico. En ocasiones, en caso de retardo en el crecimiento dentro del útero u otras patologías relacionadas (hipertensión arterial, diabetes, enfermedades crónicas…), se realizará una media de los parámetros de hemodinámica o circulación fetal que nos indican que la placenta oxigena y nutre al feto correctamente.
Existen otras dos ecografías si no imprescindibles, sí muy útiles para el diagnóstico inicial del embarazo o la previsión del parto. La primera es la denominada “ecografía precoz”, realizada hacia el segundo mes de ausencia de menstruación. La ubicación del embarazo, el número de embriones y la vitalidad de ellos serán su objetivo prioritario.
La segunda ecografía de utilidad es la que se realiza con la gestación ya a término (37 semanas) para la determinación estimada del peso fetal, que nos orientará acerca de la previsible evolución del parto. También se medirá la cantidad de líquido amniótico y se acompañará, en ocasiones necesarias, de mediciones doppler para conocer la vascularización de la placenta y el feto.
Cada gestación es distinta y requerirá un seguimiento individualizado. Cualquier incidencia puede hacer necesaria una evaluación para valorar si procede un estudio ecográfico más frecuente. Así, la diabetes previa o la de la gestación, la hipertensión arterial previa o la desarrollada con el embarazo, el retardo en el crecimiento intrauterino, la realización de amniocentesis para el diagnóstico cromosómico prenatal y otras patologías crónicas o sobrevenidas, podrán modificar el patrón estándar del seguimiento ecográfico del embarazo.
Podríamos denominar a las ecografías en tres y cuatro dimensiones como “ecografías emocionales”, que no son imprescindibles desde el punto de vista del control médico de la gestación. Así, más que usarse como herramienta diagnóstica, son una manera especial de conocer la vida prenatal del bebé, ayudando a crear los primeros vínculos paterno-filiales. Se aconseja que se hagan a partir de la semana 25 de embarazo y, a través de ellas, se puede conocer mucho mejor la fisionomía del bebé y observar cómo se ríe, bosteza, saca la lengua, duerme o se chupa el dedo. Las imágenes obtenidas pueden ser guardadas en un CD (en el caso de las ecografías 3D), o en un DVD con un vídeo (en el caso de las 4D, ya que son imágenes en movimiento).
Fotos | Maximiliano Martin; wikimedia; Juan Fernández