La dermatitis atópica, la enfermedad inflamatoria de la piel frecuente en la infancia, se caracteriza por la sequedad, la irritación cutánea (con aparición de lesiones), la sensación de tirantez y el picor. Éste último es uno de los síntomas clave, ya que genera gran incomodidad en los niños.
Lo más importante para enfrentarse a esta afección es que, tanto los padres como los pequeños, tengan claro que es crónica. Por tanto, deberán aprender a manejarla y a integrarla en el día a día, para normalizar el problema y convivir con él lo mejor posible.
Las lesiones que se producen reciben el nombre de eccema atópico: placas rojas que se cubren por granitos y evolucionan en escamas y costras. Éstas afectan a la cara (sobre todo las mejillas y al perímetro de la boca), el tronco y las extremidades.
Conforme el niño crece, desde los tres años, las lesiones van quedando limitadas a la cara (alrededor de la boca y los párpados) y los pliegues del cuerpo (los codos, detrás de las rodillas y las orejas, y el cuello).
Estas lesiones se presentan en brotes, es decir, tienen unas etapas de mejoría y otras de empeoramiento. De este modo, en las fases agudas aparecen las lesiones inflamatorias y, en la fase de remisión, se convierten en costras.
Los brotes pueden verse favorecidos por factores como el contacto con tejidos ásperos, el sudor, la sequedad del ambiente o incluso el estado emocional alterado del niño.
Imagen: parcdesalutmar
Otoño: dermatitis atópica al ataque II – Otoño: dermatitis atópica al ataque III