La lactosa es un hidrato de carbono que está presente en todas las leches de los mamíferos: vaca, cabra, oveja y en la humana, y que también puede encontrarse en muchos alimentos preparados. Es el llamado azúcar de la leche.
Para que nuestro organismo pueda absorber la lactosa que consumimos, primero debe fraccionarla en porciones más pequeñas, de lo que se encarga una enzima llamada lactasa. La lactasa transforma la lactosa en glucosa y galactosa. La intolerancia a la lactosa se produce cuando no hay suficiente enzima (lactasa) en el intestino delgado para romper toda la lactosa consumida.
La más habitual es la deficiencia secundaria de la lactasa que se produce por una atrofia en la pared intestinal, que provoca una disminución en la cantidad o en la actividad de la lactasa. Este tipo de intolerancia se puede presentar tras padecer infecciones intestinales provocadas por virus, bacterias o parásitos, o después de ciertas enfermedades como la celiaquía o la enfermedad inflamatoria intestinal, entre otras. Por tanto, tras pasar una diarrea aguda, por ejemplo, se pueden reducir los niveles de lactasa y volvernos más sensibles a la lactosa, de forma temporal.
La intolerancia a la lactosa también se puede desarrollar de forma espontánea a lo largo del tiempo. Habitualmente entre los tres y los seis años de edad, la capacidad de digerir la lactosa disminuye, porque el cuerpo de los niños pasa a producir menos cantidades de lactasa, dado que su alimentación deja de ser fundamentalmente láctea. En algunos casos, la producción continúa reduciéndose o incluso se detiene. Este tipo de intolerancia se conoce como deficiencia primaria de lactasa.
Por último, también puede suceder que exista una ausencia total de la enzima desde el nacimiento. En este caso se trata de la deficiencia congénita de lactasa y aparecerán síntomas en el niño desde el momento en que se inicia el consumo de leche, ya sea materna o de fórmula. Sin embargo, estos casos son algo poco frecuente.
Dieta sin lácteos
Cuando todo indica que el niño tiene intolerancia a la lactosa, hay que retirar de su dieta todos los productos lácteos, hasta que desaparezcan los síntomas. En estos momentos debemos estar atentos a cualquier alimento que coma el niño, ya que en cualquier producto, aparentemente sin lactosa, puede haber ingredientes y aditivos que la contengan. Después, como normalmente suele haber siempre algo de actividad lactásica, por poca que sea, se buscará la cantidad de lactosa tolerable.
Así, en la mayoría de los casos, podremos volver a introducir la leche en la alimentación del niño en pequeñas cantidades, aumentándolas progresivamente, pero siempre permaneciendo muy atentos a la reaparición de los síntomas. Poco a poco la intolerancia irá siendo mayor, pero, según los casos, pueden pasar varias semanas o varios meses hasta que el niño pueda volver a tomar los productos lácteos completamente.
Podemos valorar el consumo de probióticos en forma de yogur o formando parte de las leches de fórmula, ya que aumentan la tolerancia a la lactosa.
El resto de la alimentación
Debido a que la leche y sus derivados son fundamentales en la alimentación infantil, cuando el tratamiento de la intolerancia restringe estos productos de forma prolongada, es muy importante que no falten en la dieta de los pequeños alimentos que les proporcionen una buena fuente de calcio y de vitamina D.
Fuentes de calcio alternativas a la leche son, por ejemplo, las sardinas, el salmón, las gambas, la col o las espinacas. Y en cuanto a la vitamina D, aunque la crea el propio organismo cuando se expone al sol, una rica fuente es el hígado de bacalao.
Por último, existen varias leches de fórmula infantiles y otros productos elaborados sin lactosa o con una baja cantidad de la misma (como algunas leches de vaca o algunos quesos), que suelen ser muy bien tolerados. Pero, una vez resuelto el problema, debemos volver a los productos lácteos, que son los que aportan a los niños los nutrientes esenciales para su óptimo crecimiento.
No es una alergia
La intolerancia a la lactosa es diferente a la alergia a la leche y no se debe confundir con ella. Lo que denominamos alergia a la leche es exactamente una reacción inmunológica a las proteínas de la leche de vaca, es decir, una defensa de nuestro sistema inmunitario que produce anticuerpos. En estos casos, el organismo reacciona con síntomas muy agudos, tanto digestivos como dermatológicos y en el aparato respiratorio.
Por el contrario, la intolerancia a la lactosa se limita a esa zona, siendo los más habituales el dolor y la distensión abdominal, la flatulencia, las náuseas, la diarrea y el enrojecimiento de la zona perineal. Estos síntomas pueden comenzar poco después de la ingesta de la leche o ya transcurridas varias horas tras su consumo.
Fotos | Tarah Tamayo; Lou Bueno; Juhan Sonin
Medicina para tu Hogar says
Muy buena información. Como médico quiero agregar que La leche materna es más digestiva y menos alergénica que la de vaca. Su perfil nutricional es más favorable; además, contiene inmunoglobulinas y factores protectores frente a distintas infecciones. El hierro de la leche materna, aunque escaso en cantidad, tiene una mayor biodisponibilidad oral. Se ha demostrado que la lactancia materna es un factor protector frente al desarrollo de enterocolitis necrotizante, displasia broncopulmonar, retinopatía de la prematuridad, sepsis neonatal, infecciones respiratorias altas, infecciones urinarias, diarreas infecciosas, enfermedad inflamatoria intestinal, obesidad y síndrome de muerte súbita del lactante.