Antiguamente los cuentos se contaban en voz alta a un grupo numeroso, formado básicamente por familiares y amigos. Era la forma más efectiva de fomentar la empatía, el sentimiento de clan y la narración del orador era capaz de despertar la imaginación de su público. Toda historia contenía un mensaje que no tenía por qué ser necesariamente una moraleja, en muchos cuentos no había enseñanza, sino simplemente una idea que permanecía latente, un valor.
Esas narraciones estaban dirigidas a un auditorio amplio, en el que se mezclaban adultos y niños; una de sus ramificaciones derivó en la conocida como Literatura de pliegos de cordel, en la que un narrador errante viajaba por numerosas poblaciones animando a la gente que se congregaba para escucharle y darle a cambio unas monedas.
Hoy en día, las editoriales orientadas al público infantil tienen muy en cuenta esta motivación: la de generar en el lector que empieza a serlo una serie de valores encaminados a una formación más completa. Y estos libros son un valor seguro porque siguen siendo los que inspiran más confianza a los padres que quieren unas lecturas imaginativas para sus hijos, pero también pedagógicas.
La escritora Paloma Sánchez Ibarzabal destaca, sobre todo, la importancia “de transmitir, pero no aleccionar, cualquier lector (tanto niño como adulto) busca la conexión con la historia, en una conexión con su interior, y cada uno encontrará su propio reflejo. De forma, incluso, inconsciente”.
Esta autora ha escrito numerosos libros para el público infantil, atendiendo esta necesidad; en Mi primer viaje, de la editorial gallega OQO, plantea la primera cuestión que afecta al ser humano antes incluso de su propio nacimiento. Una pregunta que muchos niños se hacen porque no terminan de entender de dónde ha salido el nuevo hermanito o hermanita.
Otra de sus historias, El brujo de viento (SM), para lectores a partir de nueve años, hace especial hincapié en el valor de la amistad y en el sentimiento de pertenecer a un grupo. Sánchez Ibarzabal también es autora, entre otros, de Historia de Nuk (Narval), un álbum ilustrado que cuenta el viaje de su protagonista, que se pregunta qué es y termina encontrando la respuesta en la Naturaleza.
Para Ana Cristina Herreros, filóloga y autora de libros como Cuentos populares del Mediterráneo,Libro de los monstruos españoles o La asombrosa y verdadera historia de un ratón llamado Pérez, una de las características de los cuentos populares es el personaje que vence al monstruo. “Es un niño o una niña que no se asusta y lo hace con el humor, con la pureza o con la ternura. Y el valor que tiene el monstruo es que muestra algo de nosotros mismos, lo que no queremos ver“, asegura la escritora.
Su próximo libro rescatará la historia original de la ratita presumida, de Charles Perrault, que se modificó en el siglo XIX por religiosos franceses y españoles para transmitir a la mujer, desde su infancia, el sentido del recato. En su cuento, La asombrosa y verdadera historia de la ratita que nunca fue presumida, la protagonista se casa con un gato cojo, porque le inspira lástima. En este sentido, se transmite otro valor completamente diferente.
Ana Cristina Herreros es también una de las narradoras orales más reputadas en España, y ha podido comprobar en sus actuaciones que el cuento en sí mismo es “un acto de comunicación muy antiguo y, a veces, en la historia que cuentas, el público percibe algo que el autor ni siquiera había pensado transmitir” o, lo que es lo mismo, la historia cobra vida propia.
Algo parecido piensa Paloma Sánchez Ibarzabal al afirmar que “cuando uno se expresa a sí mismo, a través de la escritura, conecta con el otro que terminará encontrando su propio mensaje“. Y ahí es donde, casi siempre, se suelen encontrar los valores que transmite el cuento; su interpretación dependerá de nuestras propias experiencias.
La psicóloga y directora del área infantil del centro de Psicología Álava Reyes, Silvia Álava, asegura que los libros no tienen que aleccionar, pero “sí deben fomentar ciertos comportamientos, como la empatía, cuidar al prójimo, o el valor del esfuerzo, de conseguir las cosas por uno mismo. Por eso es bueno combinar distintos libros”.
Un ejemplo de ello es Gatito y el balón, de Joel Franz Rosell (Ed. Kalandraka), que enseña a los niños la importancia de la empatía y el juego en equipo a través de la historia de Gatito que, cuando encuentra un balón en la puerta de su casa, descubre las emociones que se estaba perdiendo antes de conocer a Pata, Ardilla, Conejo y Erizo y jugar con ellos.
Igual de oportuno es el álbum de Gonzalo García (Darabue), A partes iguales, que revisita un cuento popular para hablar sobre el trabajo en equipo que beneficia al grupo protagonista de la historia y termina ayudando a un pueblo sometido por la tiranía de un rey cruel e injusto. El cuento es un alegato a favor de un sistema político y social basado en la igualdad, un mensaje positivo que los lectores más jóvenes son capaces de integrar en su mundo.
Para niños algo más mayores destaca la serie Valentina (Ed. Romana), del escritor italiano Angelo Petrosino, con ventas de más de un millón de ejemplares en aquel país. ¿Qué encierra esta niña de 13 años que ha atrapado a tantas lectoras? La inocencia de su edad y el descubrimiento del mundo que le rodea. El autor, antiguo profesor de primaria, ha plasmado rasgos suyos en el personaje: desde la curiosidad que le provocan las cosas que no entiende hasta el deseo de viajar para seguir aprendiendo de otras culturas. Y ha hecho especial hincapié en uno de los valores más importantes que puede detectar el lector: el de la amistad.
También son destacables los dos últimos títulos del creador de Bat Patt, uno de los cuentos que más éxito ha tenido entre el público infantil. En esta ocasión, el autor, Roberto Pavanello transmite el cuidado de la naturaleza y la preocupación por el medio ambiente en la colección Flambus Green (Al-faguara), con los títulos: El ejército de los sapos y El regreso de las luciérnagas.
Otros cuentos enseñan a soñar, como es el caso de la colección de Mariano García y Cosmochucho, de Gabriel G. de Oro (Ed. Edebé), que parte de la combinación de un niño terrícola y un perro del espacio para llevar a los niños a recorrer aventuras siderales formadas por todas las palabras que puedan imaginar los más pequeños.
Muy imaginativa es también la serie Makia Vela (Beascoa), en la que un grupo de amigas, brujas jóvenes, viven diferentes aventuras mientras aprenden cuáles son sus principales virtudes y cómo deben sacarles el máximo partido. Su ilustradora, Moni Pérez, se acerca al universo de la fantasía con dibujos divertidos e ingeniosos, buscando despertar en el lector la curiosidad para fijarse en el mundo que le rodea y encontrar su sitio, complementados con los textos de la autora Esther B. Del Castillo. La serie es pura fantasía, está cimentada por valores sólidos y se compone de El día de las Brujas, Mascota de bruja, La escuela de Brujas, La Bruja enamorada y Secretos de bruja.
Pero los cuentos son mucho más que las letras que los forman. Las ilustraciones, que apoyan el mensaje, ayudan a los niños en su lectura. Como señala Sílvia Álava, “cuando el niño no sabe leer, se va imaginando el cuento a través de los dibujos, y cuando ya sabe leer, las ilustraciones favorecen la atención sostenida“. Un ejemplo muy claro lo encontramos en Se vende mamá, de Care Santos (SM) y el ilustrador Andrés Guerrero. Un cuento que, con un gran sentido del humor, cuenta la historia de Óscar, un niño que, un buen día, decide poner a la venta a su madre en un anuncio en Internet y que acabará descubriendo que todos somos distintos y hay que saber aceptar esas diferencias.
Todos sabemos que es importante que los niños lean desde que son pequeños. Y también que muchos de los cuentos infantiles encierran un mensaje con el que transmitir los valores más importantes. Pero, ¿cómo sabemos que estamos eligiendo el cuento correcto? Sencillo, los padres deben leer el cuento primero.
Fotos | Tim Ellis; villaninv; woodleywonderworks; John Morgan