Si nos soltaran en pleno centro de Tokio en hora punta no nos sentiríamos ni la mitad de desconcertados que un bebé al aterrizar en nuestro mundo. El bebé pasa del calor al frío, del medio acuoso al aéreo, de la contención a los grandes espacios…
Lo bueno es que, igual que las madres se preparan para el parto, él también lleva meses anticipándose a este cambio. Ha estado “ensayando” algunas de las funciones vitales y cuenta con reflejos innatos que le ayudan a sobrevivir. El chiquitín llega al mundo con su propio “sistema operativo” de adaptación y, sobre todo, con un gran activo, sus papás, que están dispuestos a ponerlo todo de su parte para facilitarle su encuentro con el mundo.
Nuevos estímulos
Las diferencias entre el vientre materno y el paritorio no pueden ser mayores. No es de extrañar que el primer sonido que oigamos del recién nacido sea un grito o quejido que, sin embargo, anuncia que todo va bien y que ya respira por sí mismo. Para entender este cambio hay que entender cómo funcionaban las cosas en el vientre materno. Allí todo estaba regulado por mamá (nutrientes, temperatura, oxigenación, intensidad de ruidos y de luz…) y ahora el peque va a tener que hacerse cargo de todas estas funciones y verse expuesto de golpe a gran cantidad de estímulos nuevos. Es normal que se sienta un poco “desbordado” y se queje al llegar, ¿no?
La respiración
Es la primera función que va a tener que poner en marcha tras el parto. En el vientre materno el oxígeno le llegaba a través de la placenta y sus pulmones estaban llenos de líquido, el cual se elimina en parte al pasar por el canal del parto y otra parte se reabsorbe en las primeras horas de vida. En cuanto el bebé llega al mundo sus pulmones se llenan de aire (primera inspiración) y cuando expira, se produce ese grito que todos los padres esperan ansiosos oír. En ocasiones esto no se produce (por ejemplo, si el bebé nace dormido porque se haya practicado anestesia general a la madre) y se necesita la atención del pediatra o de la matrona en estos momentos iniciales.
La temperatura
De los 37 grados que mantienen a los bebés calentitos en el útero materno a los 25 que suele haber en el paritorio hay un mundo. Por eso se envuelve al chiquitín en toallas o paños calientes nada más nacer. Aunque lo más reconfortante para un recién nacido es recuperar el calor sobre el pecho de su madre, donde además recibe el consuelo de la cercanía de las únicas cosas que conoce: el olor de mamá, el sonido de su voz y los latidos de su corazón.
El alimento
Flotando a gustito en líquido amniótico, el cordón umbilical era algo así como un “bufé libre” para el pequeñín (no es de extrañar que algunos se acomoden y les cueste decidirse a salir, para desesperación de sus madres). El flujo de nutrientes le llegaba de forma continua a través de la placenta y la sensación de hambre no existía. Ahora, tendrán que enfrentarse a esa sensación tan desagradable y hacer el esfuerzo de succionar para hacerla desaparecer.
Lo ideal nada más nacer es no esperar a que llore para ponerle al pecho, ya que la ansiedad puede hacer que no se agarre bien. Es mejor interpretar los signos que nos indican que nuestro peque quiere comer (como que está alerta y buscando con su boquita dónde chupar).
Los recién nacidos están preparados para pasar hambre las primeras 48-72 horas de vida hasta que se produce la subida de leche materna. Durante estos primeros días él tratará de alimentarse muy frecuentemente, lo que sirve como estímulo para que aumente la producción de leche en la madre. Es normal que, durante las primeras horas, el bebé esté adormilado tras el estrés sufrido en el parto, por lo que habría que despertarle cada dos horas y media o tres horas para ponerle al pecho. También es muy frecuente que vomite restos mucosos debido a las secreciones que permanecen aún en su estómago.
Papá y mamá ¡al rescate!
Lo primero es abrigarle de forma adecuada, ya que es incapaz de regular la temperatura por sí mismo y tiende a pasar frío o acalorarse demasiado. La temperatura de su habitación debe ser de 20-22º (22-24º en el momento del baño o aseo) y, además de vestirle con una capa de ropa de más, la mejor manera de comprobar su temperatura es tocarle el pecho o la nuca (las manos y los pies no son buenos indicadores de la temperatura corporal).
Otra forma de protegerle es evitar los ruidos y luces intensos. Le molestan mucho y puede asustarse porque en la barriguita de mamá todo le llegaba atenuado y suave.
También suele sobresaltarse si aparecemos en su campo de visión de forma brusca. Lo mejor es “avisarle” de que llegamos o de que le vamos a coger en brazos con unas palabras suaves.
Lo que le resulta más cómodo y relajante los primeros días de vida es la posición fetal (con las extremidades flexionadas). Los espacios abiertos (y hasta sus propias extremidades, que se mueven a veces descontroladamente), también le pueden asustar. Por eso muchos papás arrullan a sus bebés, o lo que es lo mismo, los envuelven (bracitos incluidos) en una toquilla o mantita para que se sientan protegidos. También podemos utilizar reductores de cuna, pero siempre homologados, nada de cojines, almohadas o toallas enrolladas.
Nada de horarios
Las únicas rutinas que podemos poner en práctica los primeros días de nuestro bebé es acostumbrarnos a atenderle lo más rápido posible. Por ejemplo, los ciclos día y noche por los que nos regimos los adultos no tienen nada que ver con los suyos. Los ciclos del bebé duran de tres a cuatro horas y en ellos se producen diferentes estados de actividad cerebral, periodos de alerta y diferentes estados de sueño, así que no tiene ningún sentido intentar que se vayan adaptando a los nuestros durante las primeras semanas.
En cuanto a la lactancia, hay que ofrecerla a demanda, las primeras horas para estimular la subida de la leche y los primeros días para que se establezca la lactancia. Una vez que se ha conseguido y el bebé coge peso con regularidad, se pueden empezar a probar otras formas de calmarle diferentes al alimento. Cuando llore, hay que atenderle rápidamente y vigilar que tenga el pañal limpio y que esté abrigado correctamente.
El llanto es algo completamente normal en los recién nacidos. Solo un llanto incontrolable que no somos capaces de calmar de ninguna forma podría ser un signo de alarma. Poco a poco, todos los papás aprenden a diferenciar los distintos tipos de llanto de su pequeño. Aunque al principio hay muchas cosas nuevas que aprender, no hay que agobiarse, y el mejor ejemplo para ello es el bebé, un campeón que, con solo unos días de vida, ya es capaz de adaptarse a su nuevo hogar.
Fotos | Arjan Almekinders; Richard Walker; Paolo Marconi; Geoff Livingston
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